viernes, 7 de enero de 2011

berührbar

Me enamoré de él queriéndote muchísimo. Traía el café como tú, cada mañana; sin mediar palabra llegaba hasta mi mesa haciendo malabarismos que olían a nueve y media. Con esos ojos de querer arrancarme el sujetador con la boca. Yo abría el correo; tú, tu teclear lacónico a dos dedos, me contabais que anoche unas cervezas con Max y hoy libre a partir de las cuatro. Por ejemplo. Ein dicker kuss. Pero los besos por escrito no llegan a su destino, ya sabes.

Todo el calor del café de regalo. Como todo lo que me traía. Todo caliente, todo de regalo, tienes que entender: él, cada vez menos él, cada vez más parecido a lo que me quedaba de ti (tienes que acordarte: una vez fue tangible). La oficina se hizo nuestra casa. Yo me despertaba con el nudo del ombligo agigantado pensando en vuestros ojos de querer disolverme con saliva. Fue dejando de importarle que usara tu nombre para decirle mientras follamos. Tienes que comprender; todos se besaban en la calle.

4 comentarios:

  1. Eh, me gusta. Está la historia y la justificación moral (pongámoslo entre comillas, la "justificación" de tu Ella) en dos párrafos, limpio y exacto. Sí.

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  2. Este ''sitio'' parece más ''sitio'' cuando te pasas (y me entero), mon amie

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  3. Un texto precioso. Y triste. O alegre, según se mire.

    No me ha dejado impasible.

    Te dejo un beso,

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