miércoles, 9 de junio de 2010

La cita

Las escaleras mecánicas sonaban a hojalata arañada con un tenedor. Nunca había dado con la explicación de que se formen esos torbellinos a la entrada -a la salida- del metro. Y nunca le había importado. Pero hoy era vital no estropear el peinado: pelo suelto, brillante, bien planchado.

La falda de flores diminutas y moradas bailaba sobre sus muslos. Acariciándolos. El viento le erizó los poros de las piernas, y la escena le recordó a alguna película que no recordaba haber visto. El maquillaje de los párpados entorpecía, algo pegajoso, el pestañeo largo, brillante y oscuro. Esa mañana el agua de la ducha había salido muy fría. El café había sabido muy fuerte. El corazón no acertaba con el ritmo. Pero no pasa nada, respiró tres veces seguidas hinchando el diafragma: no pasa nada, no pasa nada, no pasa nada.

Ya en el vagón, abrazó con las dos manos la barra azul vertical que le hacía sentirse como una stripper. Tuvo ganas de girar en torno a ella, de subir y bajar con su lengua tragándose todas las huellas dactilares del día. Hoy no, hoy eres una dama, y apretó los labios hasta lograr acomodarse en la exquisita apatía ensayada en el rostro. Esa apatía que hacía posible no atender las miradas intensas de la gente idiota y los babosos.

Próxima parada, la suya. El estómago se agitaba debajo del vientre como si alguien estuviera haciendo la colada ahí dentro. No vayas a echarte atrás. No pasa nada, no pasa nada, no pasa nada. Salió de la estación y el sol se le estampó contra la cara.

Escuchó sonar un móvil. En seguida se dio cuenta de que era el suyo, lo sacó del bolso y se quedó un momento leyendo el nombre en la pantalla. Titubeó al responder:

- ¿Sí?

- ¿Jaime?, soy mamá... ¿dónde andas?

- Llegando... creo

- Me vas a perdonar, de verdad, pero es que me han traído otro montón de licencias por firmar y me es imposible escaparme de la ofi. ¿Te importa si nos vemos otro día?

- Bueno, es que te dije que...

- Ya mi vida, si sé que era importante, pero seguro que puede esperar, ¿a que puede esperar?



***

Junto a la boca de metro hay un Peugot gris con el motor apagado. Dentro, Lourdes se muerde las uñas pegada a un teléfono móvil. Cuando cuelga apoya las manos sobre el volante. Los ojos cascada y la barbilla temblona como cuando tienes mucho frío. Vuelve a marcar, esta vez para llamar a su marido.

- No he podido, Gonzalo.


Y Gonzalo no le dice que Lourdes, joder, es nuestro hijo, ni le dice tampoco que Lourdes, joder, es nuestra hija, ni le dice todos los insultos que se le ocurre decirle. Gonzalo le dice claro, amor, no tengas prisa.

2 comentarios:

  1. "odió la tela fina de la falda, embrutecida por el huracán de salida" y "con su lengua tragándose todas las huellas dactilares del día", ole. Me ha gustado, mucho. Cuando sea persona te comento más.

    ResponderEliminar